domingo, 16 de diciembre de 2007

CUARTA MILONGA II

Hola a todos los amantes de lo oculto y lo astral. En esta ocasión me dispongo a aunar dos temas que han traído de cabeza a la humanidad en todas las etapas de la historia; las posesiones diabólicas y la dermatología. Agárrense los machos y lean, lean si tienen cojones…

Ursus arctos horribilis

Hace, más o menos, una década, María Teresa Campos se bañaba apaciblemente en un barreño. Con un pequeño cazo se dejaba caer el agua sobre sus asquerosas ubres al tiempo que se enjabonaba el torso con una pastilla de jabón de lagarto. Ese baño matutino era para María Teresa un ritual místico de comunión espiritual con los dioses de las piscifactorías.
Una vez finalizado el aseo, María Teresa salió con sumo cuidado del barreño, y cogió la toalla para secarse. Una vez hecho esto se aproximó al espejo para examinarse el cuerpo. En un principio no encontró nada, pero al inspeccionarse la cabeza, halló detrás de su oreja izquierda un pequeño lunar en cuyo núcleo destacaba un pequeño punto más pequeño y más viscoso también. Cuidadosamente, se tocó el lunar para ver si sobresalía. Al hacerlo, éste le propinó un mordisco y le chilló un improperio.
María Teresa, escandalizada, se vistió a toda prisa y salió del baño. Mientras desayunaba, comenzó a oír una leve voz que fue aumentando poco a poco convirtiéndose en un asqueroso grito que helaba la sangre pero que, a la vez, parecía el canto de una sirena moribunda.
Aquella voz la incitaba a hacer el mal. María Teresa, que parecía estar bajo la influencia de algún hechizo, o ciega de burundanga, comenzó a realizar actos innombrables para un sacerdote. Cogió al perro y se lo cogió encima de la mesa, le escupió a su hija Terelu en la cara y después se le meó en el pelo. Las perversiones de María Teresa, alimentadas por aquellas voces de ultratumba alarmaron a sus congéneres y, con gran esfuerzo, consiguieron meterla en el coche y llevarla al médico. El médico, en principio creyó que se trataba de una posesión diabólica pero, al ser médico, desechó la idea de inmediato y procedió a auscultarla.
Después una hora infructuosa, en la que hubo que sedar a María Teresa un par de veces, y en la que se tubo que fregar el suelo otro par de veces porque la poseída no dejaba de orinarse, el médico no encontró otra cosa que un asqueroso lunar detrás de la oreja, más parecido a un grano purulento que a un lunar de gitanica. Ante aquellas circunstancias, al médico no se le ocurría otra cosa que quemarle el lunar a la paciente y recetarle unos calmantes especiales para osos grizzly que acababa de traer en ese momento un guarda forestal con bigotes de Yellowstone, que se quedó allí sentado el tiempo que dura la vida de una mosca.
Terelu llevó a su madre, mucho más calmada después de los chutes, de vuelta a casa. La acostó en la cama y la dejó allí para que descansase. La tirita que el médico le había puesto en el lunar pudo contener temporalmente los vesánicos gritos que emitía. Al cabo de una semana, más o menos, María Teresa estaba completamente recuperada. Su comportamiento había vuelto a la normalidad, y ya estaba preparada para reanudar su trabajo en “Día a Día”.
Con aquella energía tan habitual en ella, María Teresa volvió a los estudios de Telecinco para continuar con su carrera televisiva. En medio de todo el ajetreo típico que genera la organización de un programa de tamañas proporciones, María Teresa perdió la tirita que le cubría el lunar. El lunar, por su parte, alimentado por la mierda del ambiente, consiguió alcanzar el tamaño de un garbanzo. El pequeño punto de su núcleo que antes era casi microscópico, creció y se transformó en una asquerosa boca mellada con varios dientes negros, como la de un yonki. Debido a esto, el lunar comenzó a chillar de nuevo con mucho más ímpetu que antes, induciendo de nuevo a María Teresa a hacer maldades.
María Teresa volvió a encontrarse en aquel estado de posesión diabólica que tuvo días antes. Lo que pasó a continuación le hiela la sangre al sadomasoquista más pervertido.
María Teresa, enloquecida, se quitó las bragas y se puso a hacer tirolinas en las tramoyas del plató, a la vez que se orinaba sobre las cabezas de todo el equipo técnico y el público. Cuando se cansó, bajó del techo y se puso a dar vueltas por el suelo, como un barril (éste símil está bastante bien cogido debido a la morfología de la galardonada presentadora). Aquel lunar no dejaba de chillarle en la oreja a María Teresa lo que debía hacer. En medio de aquella vorágine bizarra, María Teresa se comió los objetivos de todas las cámaras, flageló al regidor, sodomizó a Jaime Peñafiel y varías barbaridades más que, solo de pensarlo, se me pone la piel de gallino. Después de un ratico más de desfase, María Teresa cayó exhausta en el suelo, quedándose dormida en medio de un charco de vómito.
Sobre aquel suceso nada se sabe, y nada se sabrá. María Teresa, tras someterse a una complicada cirugía para extirparse aquel tumor diabólico, y en la cual perdió algunos gramos de masa encefálica, compró el silencio de todos los que estaban presentes aquel día y sobrevivieron a aquel infierno escatológico. El tiempo pasó, haciendo que los sucesos que acabo de relatar caigan en el olvido, pero María Teresa Campos aun se despierta por las noches, empapada de sudor y de leche condensada, en medio de una angustia sobrenatural porque, aun hoy, puede oír aquellos horribles gritos en sus pesadillas…

1 comentario:

TípicTòpic dijo...

jeajaejeajjeajeajeajeajeajeajea

Joder maikel te felicito, ya me reí a karkajada limpia imaginándome al cojo manteka perforando los respectivos kks de mariano y ángel jesús kon su siniestra muleta pero la danteska imagen ke nos propones de maria teresa en un barreño con las ubres en remojo es el recopín ya. jeajeajeajeajeajeaj

Seguiremos con los kanutos en alto esperando más metadona literaria.