lunes, 26 de noviembre de 2007

CUARTA MILONGA I

Quiero comenzar hoy una serie de relatos basados en el mundo paranormal. Estos relatos van a ir aderezados con el toque escatológico y freak que me caracteriza. Aquí va el primero, unos sucesos que emponzoñaron los sueños de sus protagonistas durante muchas legislaturas.

Olla a presión…

A veces, las personas al morir no abandonan el mundo. Viven en el mundo de los vivos hasta que se aburren de vernos el jeto y se van a otro sitio más tropical. Este tipo de muertos son los que protagonizan las apariciones típicas de los hospitales de tuberculosos y los castillos viejos que te cagas. La historia que hoy nos ocupa narra una de estas apariciones:
Estaba un día en su casa, de noche, el ilustrísimo señor don Mariano Rajoy. Se disponía, como todas las noches, a hacer del cuerpo en el orinal que años antes le regaló Acebes en un amigo invisible. Todo transcurría como de costumbre, mientras su mano derecha se asía con fuerza al toallero, la izquierda pasaba las hojas de un periódico atrasado (El País). Debido al frío de noviembre y al esfuerzo, a don Mariano le empezó a doler la espalda. Dispuesto ya a levantarse y limpiarse el culo, el señor Rajoy resopló fuertemente y se irguió. Al principio sintió la típica pájara que te da al levantarte, así que esperó a que se le pasara. Espero un minuto, dos minutos, pero la pájara continuaba. Estaba en un estado de pseudohipnósis, fue entonces cuando le vio. Frente a él, un hombre (si se le puede llamar así), tullido de una pierna, aguantando el triste peso de su cuerpo con unas muletas, llevaba una chupa de cuero y una cicatriz le cruzaba la cara como tachándosela por defectuosa. El sujeto se le quedó mirando con una ira que solo era propia del mundo de los muertos y acto seguido rompió el espejo del cuarto de baño con una de sus muletas, causando un estrépito de cristales que puso en guardia a todos los guardaespaldas. Don Mariano, todavía temblando por la horrible aparición, se subió los pantalones y ordenó hacer las maletas a toda la familia e ir a pasar la noche a la sede del partido. Al día siguiente, protegido por la seguridad que otorga la luz del día, el señor Rajoy volvió a la casa acompañado por don Eduardo Zaplana, gran conocedor de todo lo relacionado con el mundo paranormal y versado también en el oscuro arte de lo parasubnormal. Don Eduardo, entró en la casa protegido por su exultante bronceado que, según decía, le protegía de los fantasmas por que le daba la apariencia de uno de ellos. Don Mariano le seguía detrás, agarrado a su chaqueta de armani, como la jefa de las animadoras. En ese momento, el señor Zaplana sintió una fortísima energía proveniente del cuarto de baño; se acercaron cautelosamente y allí encontraron la fuente de aquella energía, era la portentosa mierda del señor Rajoy. Tras agacharse a contemplar el truño e investigar la rotura del cristal la noche anterior, se incorporaron ambos tal como hizo don Mariano, y al hacerlo los dos sintieron la misma pájara que don Mariano sintiera. Entre nubes de vapor de una olla a presión que allí había y que nadie había visto llegar, se materializó de nuevo la imagen de aquel tullido que dijo con una voz que parecían mil voces a la vez:
- Soy el Cojo Manteca, y os voy a joder pero bien.
Don Mariano y Don Eduardo, agachados ridículamente con el culo en pompa de manera que sus cuerpos formaban ángulos de noventa grados, no pudieron moverse. La figura del Cojo se movía entre ellos con una facilidad impropia de un cojo y mucho menos de un muerto. El señor Manteca, se situó detrás de los otros dos señores y les introdujo por el culo una muleta a cada uno; una fracción de segundo después, su imagen se esfumó además del humo y la olla a presión. El señor Zaplana y el señor Rajoy quedaron allí, agachados delante de un orinal que mostraba triunfante una magnífica mierda. Ambos se llevaron la mano al culo al unísono, comprobando que no tenían ningún artefacto introducido en el recto. Al erguirse de nuevo comprobaron que ambos se encontraban bastante bien. Salieron de allí en silencio y abandonaron la casa sin decirse una sola palabra. Un par de meses después el señor Rajoy vendió la casa y se fue a vivir a la Moraleja (por ejemplo). Nunca nadie supo del incidente salvo él y el señor Zaplana que aun hoy le lanza miradas de vergüenza y complicidad en las manifestaciones esas que hacen.

1 comentario:

HeReNa... dijo...

Estás enfermo, pero bueno en tu caso hasta te viene bien.
Sigue creando cosas asi.
Sige utilizando esa portentosa imaginación.
El Cojo Manteca estaría orgulloso de ti.
Te has ganado un hueco a su lado en mi cartón.