Cucullatus vivía feliz en las islas Mauricio. Cucullatus era un dodo imponente de metro y medio un poco sordo y vizco. Un buen día, paseando por la playa, vio a lo lejos, allá en el mar, un barco español, seguido de otros cuantos similares, se dirigía hacia la costa.
Cucullatus pensó: : “De puta madre, por allí llega una buena remesa de primos a los que desplumar.”Por si no lo sabían, amigos y coetáneos míos, el pájaro dodo era un ser que poseía un don sobrenatural para los juegos de cartas; se defendía con todo: tute, mus, brisca, hijoputa… Pero su favorito era el clásico poker.
En cuanto desembarcaron los españoles, Cucullatus cogió su juego de barajas con estuche de acero galvanizado y se fue hacia el campamento de los conquistadores. Al llegar, buscó inmediatamente al jefe de la expedición y le reto a una partida de poker, a lo que le respondieron afirmativamente después de descojonarse de risa todo el personal. Además del jefe, también se unieron el cocinero y el misionero católico y sentimental. Las partidas eran rapidísimas, Cucullatus se lo llevaba todo. Su estrabismo se convertía en una herramienta eficaz a la hora de marcarse los faroles. Después de varias rondas infructuosas, el jefe, capitán o como coño queráis llamarlo, perdió los nervios y ensartó a Cucullatus con su espada en el techo de la cabaña. Los conquistadores cogieron un mosqueo importante con el puto pajaro; el cocinero cazó a una hembra de dodo amiga de Cucullatus y se la llevó de recuerdo, ahora está disecada en algún museo. El cura, dodo que pillaba dodo que se cepillaba, no dejó títere con cabeza. Cuando se fueron de allí, los españoles dejaron sueltos a un puñado de cerdos que se comieron to lo que había, además de todas las ratas que se quedaron allí por que les moló el clima. En poco tiempo, el dodo quedó exterminado por completo. Y el hecho que desencadenó el genocidio fue la facultad especial del dodo con los naipes; quien nos lo iba a decir…
Cucullatus pensó: : “De puta madre, por allí llega una buena remesa de primos a los que desplumar.”
En cuanto desembarcaron los españoles, Cucullatus cogió su juego de barajas con estuche de acero galvanizado y se fue hacia el campamento de los conquistadores. Al llegar, buscó inmediatamente al jefe de la expedición y le reto a una partida de poker, a lo que le respondieron afirmativamente después de descojonarse de risa todo el personal. Además del jefe, también se unieron el cocinero y el misionero católico y sentimental. Las partidas eran rapidísimas, Cucullatus se lo llevaba todo. Su estrabismo se convertía en una herramienta eficaz a la hora de marcarse los faroles. Después de varias rondas infructuosas, el jefe, capitán o como coño queráis llamarlo, perdió los nervios y ensartó a Cucullatus con su espada en el techo de la cabaña. Los conquistadores cogieron un mosqueo importante con el puto pajaro; el cocinero cazó a una hembra de dodo amiga de Cucullatus y se la llevó de recuerdo, ahora está disecada en algún museo. El cura, dodo que pillaba dodo que se cepillaba, no dejó títere con cabeza. Cuando se fueron de allí, los españoles dejaron sueltos a un puñado de cerdos que se comieron to lo que había, además de todas las ratas que se quedaron allí por que les moló el clima. En poco tiempo, el dodo quedó exterminado por completo. Y el hecho que desencadenó el genocidio fue la facultad especial del dodo con los naipes; quien nos lo iba a decir…
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